El Porvenir y la terraza de las Palmeras

Era el bar más cosmopolita del Paseo. Desde 1907 se instaló en la esquina con Rueda López

Eduardo D. Vicente
15:00 • 23 mar. 2017

Llegó a ser la esquina más frecuentada del Paseo, una auténtica pasarela por donde desfilaba a diario la vida social y comercial de la ciudad. Era la esquina de la calle de Rueda López, un rincón estratégico del que se decía que contaba con una refrigeración natural, la que le proporcionaba su privilegiada situación: estaba abierta a las brisas frescas que ascendían desde el mar y gozaba de una franja de sombras que le regalaba la densa vegetación de la zona. Aquel rincón era conocido popularmente con el nombre de Las Palmeras, por la fila de árboles que se levantaban a uno y otro lado del Paseo. 

Allí se instaló, desde enero de 1907, el empresario almeriense José Cruz Moreno, con su famoso bar El Porvenir.  La empresa venía de antiguo. Había sido creada en 1897 como un establecimiento de vinos, aguardientes, licores y jarabes en el número 29 de la calle de Granada, donde estuvo ubicada durante diez años, hasta que en el invierno de 1907 su propietario decidió renovar el negocio. 

En este intento por adaptarse a los nuevos tiempos el primer paso fue cambiar de escenario y establecerse en el Paseo, el sitio donde era posible crecer con un establecimiento moderno. El Porvenir quiso ser, desde su nueva ubicación, el gran bar cosmopolita de la ciudad, un punto de encuentro y reunión de los extranjeros que frecuentaban nuestra ciudad para los negocios de la uva y el mineral. 

Para conseguirlo, el señor Cruz montó un bar que era a la vez cafetería y cervecería vanguardista, donde destacaba su amplia terraza en la misma esquina con la calle de Rueda López, que se convirtió en el sitio de moda de la alta sociedad de su tiempo. Cuando llegaba la primavera, sacaba las sillas y las mesas a la puerta y cubría la acera con un gran toldo que transformaba aquel escenario en un espacio acogedor y a la vez en una pasarela permanente.

En su afán por hacer de su negocio un establecimiento universal, tenía contratado a un jefe de barra que había venido de Argel, que hablaba perfectamente el francés y se defendía con el idioma de los británicos. Era frecuente, sobre todo en las profundas tardes de verano, encontrarse la terraza de El Porvenir llena de ciudadanos extranjeros tomando el te o gozando de la exquisita cerveza negra de Munich, de la que José Cruz Moreno era el único y exclusivo distribuidor. 
Tenía también una fábrica de sifones en la trastienda del local y un loro frente a la barra principal que le había traído un marinero en uno de sus viajes por Brasil. El pájaro estaba tan integrado en el negocio que cada vez que un cliente depositaba una moneda en la lata del bote repetía varias veces: “Bien, bien, bien,  bien”, ante el regocijo de los espectadores y el orgullo del propietario.

El bar El Porvenir tuvo que competir durante décadas con grandes cafés y prestigiosos restaurantes que formaron parte de la historia de la ciudad. En el Paseo rivalizaba con El Oro del Rhin, que estaba en la misma acera y que desde 1899 era uno de los locales más importantes de su ramo, tanto como la cervecería Suiza, que desde 1898 se instaló en el local donde había estado el viejo Café Universal, y que era el único establecimiento donde se servía la célebre cerveza de la marca Mahou. 

El Porvenir compitió también con el Café Colón que estaba en la acera de enfrente; con la cervecería Española que el empresario José Cañadas abrió en el número once del Paseo del Príncipe; con el Café Español de Daniel Ibarra, y con el Café Ideal, donde a finales de los años veinte daba dos conciertos diarios el sexteto Barco. Eran los tiempos de El Transvaal, el bar de la explanada del malecón del puerto donde servían comida inglesa y francesa, y del restaurante Miramar, en el andén de costa, donde se decía que servían el mejor marisco de toda la Costa del Sol. Eran los tiempos de la cervecería Moderna, en el número 35 del Paseo, un local donde su propietario, Bernardo Castillo, puso de moda las patatas a la inglesa para hacerse con la clientela extranjera. En aquella época empezaban a gozar de éxito otros negocios lejos del Paseo, como el bar Puerta Real, de Antonio Rodríguez Sánchez, alias Berrinche.







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