Ramón Martínez, el ingeniero tranquilo

Ricardo Jaramillo

Ramón Martínez

  • La Voz

De una forma absurda, y también injusta como casi todas, Ramón nos ha dejado.


Para la mayoría de lectores Ramón es un desconocido, aunque se duchen diariamente o disfruten de una ensalada preparada con productos regados mediante infraestructuras que gracias a él tienen una calidad notable. Sin embrago, para las personas que formamos parte del sector del agua, sobre todo en Almería y Murcia, desde empresas gestoras, hasta comunidades de regantes, pasando por empresas públicas y administraciones, Ramón era sinónimo de excelencia, deproyectos sobresalientes, con elección de la mejor alternativa, con definición de detalles que habitualmente se dejan para decidir en la obra, o que simplemente no se tienen en cuenta, convirtiendo su firma en referente para entidades de las que depende el abastecimiento de millones de hogares y el riego de decenas de miles de hectáreas. Por supuesto, él era un engranaje dentro del sistema, pero un engranaje que mejoraba sustancialmente el resultado final. Y a pesar de colaborar e incluso competir con las empresas más grandes de España, alcanzando importantes contratos, jamás olvidó a todo aquel que solicitaba su consejo.


Ramón era Ingeniero de Caminos, se formó en Granada y comenzó el ejercicio de su profesión en Almería participando en el desarrollo de importantes infraestructuras. Su posterior paso por una de las empresas de ingeniería más grandes del país le sirvió para forjarse como el gran profesional que era.


Pasión A Ramón le apasionaba su trabajo, tanto que se propuso montar su empresa para poder desarrollar su actividad según él la entendía y ofrecer el mejor servicio. Y nunca tuvo dudas de donde hacerlo, aquí en Almería, para estar cerca de su gente y de otra de sus pasiones, el mar.


Esa pasión y generosidad le llevó a formar su otra familia, el equipo con el que logró cumplir todos sus objetivos. Un equipo con el que compartió su forma de trabajar, pasión y conocimientos y que se refleja en cada uno de sus trabajos.

Ya se veía que Ramón tenía algo especial cuando siendo muy joven se “enfrentó” técnicamente a un gigante en la materia como Alfredo Granados. Pude comprobar a modo de espectador privilegiado como Ramón, sin arredrarse ni ser insolente, iba convenciendo a Don Alfredo, sin que le pesara que había estudiado y aprendido con sus libros, que paradójicamente estaban en las estanterías durante aquellas complicadas reuniones, al igual que Márquez tenía un poster de Rossi en su habitación y lo mantuvo a pesar del cambio de ídolo a rival. Y Ramón conseguía llevarse el gato al agua de una forma suave, sin apenas altibajos ni salidas de tono, con su firmeza intrínseca,a la que sumaba la firmeza basada en sus conocimientos, y sobre todo en el trabajo previo de preparación y minucioso estudio de los detalles de cada jornada de trabajo. En eso siempre sacaba dos cabezas de ventaja.


Tranquilidad y serenidad Por supuesto, esa tranquilidad y serenidad que utilizaba con Don Alfredo, un ingeniero de una talla y con una clase estratosféricas, eran exactamente las mismas cuando enfrente tenía personajes más chuscos. Daba igual que llegaran a la descalificación como profesional, o incluso personal. Ramón sacaba su típica media sonrisa que desquiciaba aun más a su interlocutor. Esa media sonrisa que le valía para casi todo, también como signo espontáneo de humildad. En el homenaje de su jubilación, Juan de Oña, otro ingeniero almeriense ilustre, nombró a poca gente, pero sin embargo destacó que una de sus satisfacciones profesionales había sido trabajar junto a Ramón. “¡Este chico lo hace todo bien!”, exclamó, aflorando al momento en Ramón esa media sonrisa.


No era tarea fácil convencer a Ramón. Si la propuesta era buena, no la hacía suya hasta conocer el último pormenor, el último detalle, cosa que llegaba a veces a extenuar al fabricante de la válvula, al contratista de la obra o al instalador de la bomba. Y si la propuesta no alcanzaba un nivel, entonces planteaba la batería de defectos, aspectos a mejorar, alternativas y demás aspectos que también ponían a prueba la resistencia del resto. Pero, como ya intuirán, su objetivo era claro.


Como muestra de todo esto, en el banco de pruebas en Madrid de una multinacional alemana fabricante de bombas, durante los test que estábamos realizando a los equipos que iban a ser instalados en sondeos en Níjar ocurrió un hecho extraordinario para todos, y normal para Ramón. La forma en que el responsable del fabricante consideraba uno de los datos que entraban en juego en las pruebas no convencía a Ramón. La respuesta obtenida era “Llevamos probando así las bombas más de 30 años.” Mientras los demás descansábamos en el hotel, Ramón se dedicó a desentrañar aquello. Resultado: Caras pálidas en el banco de pruebas a la vuelta, y por supuesto el fabricante corrigió su protocolo de pruebas a partir de aquello. Las cosas de Ramón.


A ese ser tranquilo, ser ejemplar, ser generoso y sobre todo ser entusiasta con su trabajo, se le añadía ser una buena persona, de las mejores. Aquí deja familia, equipo y amigos, y seguro que seguirá vigilando desde donde esté, ahora que ha cambiado su tabla por otra más apropiada para surfear por las nubes.

Por cierto, Ramón tenía un pequeño defecto. Era del Atlético de Madrid.