A mi inolvidable Jordi

Jordi

  • Paco Cruz

Sé, por otros desgraciados acontecimientos pasados, que el gran dolor que me produce tu pérdida se irá diluyendo con el tiempo. No así tu recuerdo.


Dijo Unamuno, el pensador español, Agrándame la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños y yo he crecido, a mi pesar.  Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad, y devuélveme a los tiempos que viví para soñar. De esta manera evocaba el escritor la nostalgia de la niñez, que creo que es lo que más marca el carácter del ser humano.  Me hubiera gustado ser, como escribió Miguel Delibes en El camino, un hombre fuerte y serio, fuerte sin ser un animal, y serio sin llegar al escepticismo. Y como también escribió hay cosas que la voluntad humana no es capaz de controlar y por tanto el hombre no puede elegir libremente entre lo que quiere y lo que no quiere. Pero de lo que estoy seguro es de que comparto las palabras de uno de los personajes de Ruiz Zafón en La sombra del viento: son las personas como tú las que hacen de este perro mundo un sitio que vale la pena visitar.


Compartimos arduas jornadas de trabajo donde yo sufría por sacar algún proyecto adelante y tú me infundías sosiego. 


Recuerdo las escasas pero intensísimas navegaciones contigo a bordo del pequeño velero, sin GPS, ni sonda, ni plotter, sin teléfono móvil, con solo un compás y una carta náutica. En una ocasión nos hallábamos a mitad de camino entre el Cabo de Palos y Formentera, en medio del Mediterráneo, con el motor roto y sin viento que empujara las velas. “Quedan ocho botellas de agua; en ese tiempo vendrá el viento o pasará alguien”, dijiste. En otra navegación, esta vez rumbo al Algarve portugués, un fuerte temporal se unía a una aterradora corriente en el Estrecho. Ante mi duda en el proceder, espetaste: “hacemos noche en Gibraltar, nos tomamos unos whiskys, y al amanecer decidimos”.  


Pero es allí donde tantas veces coincidimos, al calor del amor contemplativo en un bar, allí donde los solitarios estábamos menos solos, donde la simple presencia de aquella mujer nos reconfortaba, donde el silencio suplía pacientemente la falta de correspondencia en el sentimiento, allí seguiremos, en lo último que nos queda, la imaginación.


Me dijo nuestro querido Ricardo que por la mañana no te despertaste. Te fuiste apaciblemente, como no podía ser de otra manera. 


Tu amigo, otro soñador solitario.