Juan Manuel Gallardo, el maestro de Lubrín y Alhama

Juan Manuel Gallardo

  • Antonio Torres

El maestro Juan Manuel Gallardo, nacido en Lubrín en 1942, nos dijo adiós el pasado martes, una gran persona y excelente profesional como se le homenajeó en vida en varios puntos de la provincia, especialmente en Alhama de Almería. 


Tuve el privilegio de presentar su novela “Tengo sed”, el retrato de la miseria y el saber de donde venimos, en la capital y en la localidad de Los Gallardos, población donde su padre fue secretario del Ayuntamiento y donde  residía su tía Juana, conocida popularmente por la telefonista del pueblo, la vecina inseparable de mi tía Rosa, una de las pioneras del comercio. 


El editor Juan Grima, su primo Juan Amat "de Unicaja" y con el que se crio en Lubrín así como mis hermanos Juanita y Ginés son las personas que tuvieron el detalle de informarme de su desaparición, dado que he estado de viaje por lo que me dolió no acudir a su último adiós. La memoria de su bondad, inteligencia y saber estar perdurará siempre en la memoria de miles de personas. En su novela, con un  trabajo de memoria creíble con el núcleo del eterno problema del agua, la amistad y las ansias de libertad, huyó del sectarismo ideológico aunque la realidad indica que viene de una cultura pobre como era la España del silencio, el hambre y la emigración. 


Un ejemplo es la descripción que Gallardo formuló a este autor sobre la miseria del curso 1960/61: “Mi primera escuela fue un poco la novedad de cualquier persona que acaba de terminar la carrera y desea ganar su primer sueldo. 


Había unas escuelas llamadas de temporada porque el maestro o la maestra ejercían en ellas sólo unos meses durante el curso, y estaban situadas en cortijadas diseminadas de difícil acceso. No había ni edificio escolar, ni mobiliario, y se ubicaban en cualquier habitación que dadivosamente prestaba algún vecino de la cortijada. El mobiliario, cuatro mesas plegables y 16 sillas también plegables había  hasta la Estación de Autobuses con objeto de transportarlas en los coches de línea Alsina hasta el núcleo de población más próximo a la escuela. En mi caso fue hasta Lubrín. 


Tuve que buscar una Isocarro, una moto de la época con tres ruedas que tiraba de una pequeña carrocería. Trasladamos aquel derroche de mobiliario hasta la Estación. Una vez allí hubo que subirlo hasta la baca del autobús y.... listos para el viaje. 


Recuerdo que llegamos un jueves por la noche y hubo que esperar hasta el Domingo para, aprovechando que era mercado en el pueblo, utilizar las caballerías que hasta Lubrín se desplazaban por dicho motivo y en las mismas transportarlo todo. 


Llegamos a nuestro destino, La Fuemblanquilla, así se llama la cortijada, y al día siguiente nos instalamos en la habitación prestada al efecto de uno de los cortijos. Eran 16 sillas y cuatro mesas, nos faltaba una pizarra. 

Pero eso es otra historia”. Un trozo de memoria, un hombre de palabra, se nos ha ido.