El hijo de Juan, el del bar de la Almedina

Eduardo D. Vicente

Juan Antonio Navarro Martínez

  • La Voz

Uno va tomando conciencia de la crueldad del paso del tiempo a medida que los amigos y la gente conocida se va quedando en el camino, mucho más cuando se trata de una persona todavía joven como lo era Juan Antonio Navarro, uno de los hijos de los propietarios del histórico bar ‘Casa Juan’, que durante décadas formó parte de la vida de un barrio y del entorno de la Almedina.


Juan Antonio nos ha dejado a los sesenta años. Estaba casado con Loli Villar y tenía tres hijos. Durante los últimos meses tuvo que batallar contra los problemas de salud que fueron minando su vida. Atrás queda una larga trayectoria profesional que comenzó pronto, cuando siendo un adolescente ayudaba a sus padres detrás de la barra del bar. Como solía ocurrir antes, los hijos de hosteleros, como los hijos de los tenderos, estaban obligados desde que aprendían a andar a colaborar en el negocio familiar. En sus inicios, allá por los primeros años setenta, el bar ‘Casa Juan’ era un referente, no solo en el barrio de la Almedina, sino en todo el entorno del casco histórico. Juan Antonio creció ligado a la barra y a la cocina de un establecimiento que había puesto en marcha su abuelo en los años de la posguerra y que después continuaron su padre, Juan, y su madre, Remedios. 


Allí aprendió la dureza del oficio, a lidiar con el público, a saber que el cliente siempre llevaba la razón. Allí aprendió el secreto de aquellos churros madrileños que nadie supo hacer mejor que los que se fabricaban en el bar de Juan. Quizá porque empezó demasiado temprano, o porque no quería atarse de por vida al rigor de un mostrador, la vocación de camarero no llegó a cuajar en su temperamento juvenil y prefirió dedicarse a aprender otros oficios. En ese proceso de aprendizaje pasó por un taller de mecánica de la calle de Granada, por las manos de un maestro fontanero que le enseñó algunas nociones de la profesión antes de acabar ingresando en la Marina, donde se fue de voluntario antes de tener la edad de cumplir con el servicio militar. Le gustaba la vida militar, pero un problema de vista lo obligó a licenciarse antes de tiempo.


A finales de los años setenta encauzó su trayectoria profesional en el mundo de las máquinas recreativas, que en aquellos tiempos estaban de moda en todos los bares de la ciudad. Estuvo ligado durante años a la empresa Tauro-Automatic. En la última etapa de su vida tuvo que dejar de trabajar. La enfermedad lo obligó a jubilarse cuando todavía tenía muchos sueños que cumplir.