TOCADOS POR EL MAL

  • Antonio Peregrín López De Hierro
  • 14.03.2018

TOCADOS POR EL MAL Acababa de ver un film israelí ("Al final del verano") en la sede de la Filmoteca almeriense en el Museo Arqueológico: sus imágenes nos muestran a hombres de talante afable que, sin embargo, abandonan a sus familias o engañan a sus esposas y son fuente de gran dolor y resentimiento en ellas y en sus hijos. Y que pueden originar heridas y desgarros familiares para toda la vida, sembrando una desconfianza insalvable o salvable in extremis. Sin que tuviera nada que ver con un film que, pese a todo, es realmente entrañable, al salir del local no pude evitar que me volara el pensamiento hacia una mujer que en esos momentos comenzaba a pagar por sus terribles culpas en un calabozo situado a escasos cuatrocientos metros de allí, en la Comandancia de la Guardia Civil. Aunque ningún ser humano esté a salvo de que anide en su corazón, en mayor o menor grado, la semilla del mal, casos límite como éste sobrecogen de modo especial. Vemos a una persona destinada ya para siempre a ser objeto del horror cuando no del odio de las gentes. El mandamiento evangélico "no juzguéis" se hace realmente difícil de asumir. A esta desdichada mujer la rechazarán las compañeras internas de todos los presidios del mundo, y la mirará con repugnancia y terror la sociedad entera. Está condenada a la soledad infinita. Quizá por ello no puedo evitar que despierte en mí una gran compasión. Su inocente víctima, el pequeño Gabriel, el ángel Gabriel, volará ya en paz y alegría por los dulces campos del Edén, pero ella, con sólo 43 años de edad, quedará sumida para siempre en una negra noche de infamia y de tormento. ¿Podrá haber alguna sonrisa, alguna caricia para ella? ¿Podrá recibir de alguien -de su madre, de su hija...- una palabra de consuelo, de esperanza o de perdón? Si se parte de que una persona calificada de psicópata no tiene sentimientos, carece de toda empatía (como se acostumbra a decir hoy), y es irrecuperable y de reinserción imposible, las puertas humanas se cierran inexorablemente para ella. Por ello, sin querer entrar en disquisiciones sobre la llamada "prisión permanente revisable", sólo acierto a desear que, si sólo Dios es quien puede perdonarla y acogerla, le sea concedida la gracia de partir pronto de este mundo, un mundo que sólo podrá ser ya el infierno en la tierra para ella. Quizá en un más allá, donde no haya lugar para el mal, la culpa ni el pecado, el bondadoso Gabriel la perdonará también e incluso jugará con ella, y hasta podrá gozar esta mujer de la ternura de Dios. "Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar que te he preparado" (Éxodo 23, 20). Antonio Peregrín López de Hierro.