Zara, Mercadona y Cosentino: Tres ramas de un mismo árbol

“Es el Premio a quien se levanta cada amanecer sabiendo que hay alguna idea por desarrollar”

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 31 oct. 2021

Cuando cada mañana Paco Cosentino llega a la pirámide de cristal bajo la que se concentra la mayor acumulación de talento de Andalucía- cuatrocientas personas estudiando, investigando, analizando-, los primeros que lo reciben son los canteros que estampados en un mural centenario que ocupa toda la pared izquierda, golpean cada uno una cuña de hierro para generar un plano de separación. El blanco y negro le da a la imagen una pátina realista que traslada a quien la ve a una cantera. Tras el saludo mudo de los canteros, Paco pasa delante de una escultura de bloques de mármol superpuestos y situados estratégicamente en el centro de la cúpula de la pirámide como símbolo de que el esfuerzo es la base de la que partir para vencer el infortunio. Los bloques fueron extraídos de “La cañailla”, una cantera que costó 35 millones de pesetas y de la que solo se pudieron sacar esos ocho bloques y la lección de que unas veces se gana, otras se pierde, pero siempre se aprende.  



Cosentino, antes que presidente de una multinacional que factura más de mil millones al año y que ha conquistado las encimeras de millones de cocinas en los cinco continentes, es Paco. Por eso la fotografía y la escultura que le saludan cada mañana desvelan la persona que hay delante (nunca detrás; su forma de ser no la ha escondido nunca) del personaje que tantos admiran por haber creado más de cinco mil puestos de trabajo en una comarca condenada a la miseria y en una provincia castigada por el olvido. 



Un día, hace ya algunos años, le escuché decir que donde estaba él, estaba el centro del mundo. Era su respuesta a los que tantas veces le han preguntado por qué no abandona Almería, por qué no deja atrás su Macael del alma y vive en cualquier otra ciudad con más medios para dirigir la empresa y con menos coste salarial en su estructura de producción. “Que equivocada está la gente cuando sueña con paraísos lejanos- me dijo entonces-. Para cada persona el centro del mundo está donde vive, donde trabaja, donde están los que te quieren y los que quieres”. 



Paco quiere a esta tierra con el amor inmenso de quien habiendo hecho tanto por ella siempre tiene la sensación de estar en deuda, de que se podría hacer más, como el empresario de la escena final de la Lista de Schindler que, habiendo salvado tantas vidas el alemán, creado tanto empleo el almeriense, se preguntan cada día qué más pueden hacer. Una forma de ser, una seña de identidad compartida con otros grandes empresarios de la periferia provincial española como Amancio Ortega y Juan Roig, otras dos ramas de un mismo árbol. Quienes le conocen saben que el esfuerzo diario de su madre en aquella pequeña tienda que tanta hambre quitó en los años de grisura y la lucha titánica de su padre en el pequeño taller de arte funerario y solería (los principales clientes de mi padre eran los cementerios, dice con irónica nostalgia), le marcaron para siempre.  



Llegados desde el sur de Italia a principios de siglo, los Cosentino siempre han tenido en la familia el norte que ha marcado sus vidas. Eduarda y Eduardo trabajando de sol a sol para que sus hijos aprendieran para emprender nuevos caminos que doblegaran la escasez a la que el destino de una tierra y una sierra derrotada les había condenado. Eduardo, Pepe y Paco levantaron una empresa desde sus cimientos en el clima que debe construirse una relación entre hermanos, cada uno distinto, pero ninguno distante. Paco, sin su familia no hubiera llegado donde ha llegado. Sin el afecto de sus amigos, tampoco. 



Porque no ha sido ni es su vida un camino fácil. Desde que se embarcó en la aventura equinoccial de conquistar El Dorado del mármol blanco de Macael, del MármolStone, del Silestone y ahora del Dekton, nunca ha tenido la sensación de llegar a ningún puerto para siempre. Ni a aquellos en los que los dioses les fueron esquivos, ni a aquellos en los que los vientos le fueron favorables. Como el Ulises del Viaje a Ítaca de Kavafis, siempre ha deseado que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias, sin temer ni a los cíclopes de la ruina ni al colérico Poseidón del fracaso, sin apresurar la navegación hacia una meta en la que descansar. Es un lunes sin descanso que sabe que siempre hay una idea por construir, un producto por descubrir, un puesto de trabajo por crear en el que alguien va a ser feliz. 



El viernes el Rey le entregó en Almería el Premio Reino de España. Un Premio que vertebra a quienes lo conceden, desde el Circle de Cataluña, el Círculo de Empresarios vascos y el Círculo de Economía. La España del entendimiento y del emprendimiento le reconocían su esfuerzo por creer y crear, por soñar despierto y por despertar soñando.  



Es el Premio a quien se levanta cada amanecer sabiendo que hay alguna idea por desarrollar, alguna meta en la que creer, algún proyecto con el que soñar. Es el Premio a quien sabe que el valor de los canteros que le saludan y los ocho bloques de mármol que contempla cada mañana le están diciendo, desde el simbolismo de sus silencios que el fracaso es el primer escalón que conduce al éxito.           


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